En las primeras décadas del siglo XXI los coronavirus marcaban el inicio de las epidemias del nuevo milenio.
En un libro, de próxima aparición, titulado Del cólera al COVID-19, se observa que en las primeras décadas del siglo XXI, los coronavirus marcan el inicio de las epidemias del nuevo milenio. Primero el SARS-CoV, aparecido en la provincia China de Guangdong (2002).
Llegó a través de los viajeros (afectaba las vías respiratorias) a treinta países en los cinco continentes, pero afectó más profundamente a China, con más de 5.000 casos y 350 muertes, y en menor medida a Hong Kong, Taiwán, Singapur y Canadá (particularmente la ciudad de Toronto).
El saldo de la epidemia de SARS, al 5 de julio de 2003, según la OMS, fue de 8.437 afectados y 813 fallecidos. Esta enfermedad rozó a la República Argentina pero no llegó a traspasar sus fronteras.
En el continente americano se detectaron tres casos en Brasil, de origen importado, y un caso en Colombia, sin lamentarse defunciones.
Es decir, Argentina y casi la totalidad de la región latinoamericana, en lo que va del nuevo siglo y hasta la aparición de la COVID-19, carecían de experiencia de brotes de coronavirus.
Dos años más tarde el virus de la influenza H5N1 (gripe aviar), de origen asiático y detectada a fines de la centuria anterior (1997), reapareció en el 2003, primero en Asia y más adelante en África, Europa y Oriente Medio.
Es un virus cuya mortalidad más elevada se ha dado en personas entre 10 y 19 años de edad y en adultos jóvenes, a diferencia de la COVID-19.
La República Argentina permaneció libre de este mal, y es menester aclarar la importancia que jugó el plan preventivo del SENASA mediante controles permanente en aves de corral.
A menos de una década de aquella alarma, en el 2009, surgió la gripe H1N1, que se transformó en la primera epidemia del siglo XXI en llegar al territorio nacional, de la cual se registraron más de 8.000 casos y 465 defunciones.
La poliomielitis se trataba de un poliovirus. Este atacó mayormente a quienes no alcanzaban los cinco años, afectando su sistema nervioso. Provocaba parálisis en miembros inferiores y/o superiores, por lo que mucha gente sufrió sus secuelas motoras de por vida.
En los años cincuenta, hubo casos en los cuales la enfermedad se presentaba más virulenta, atacaba el diafragma y los músculos respiratorios se veían afectados provocando asfixia y, hasta en algunos casos, la muerte.
Es decir, desde el campo estrictamente etiológico las enfermedades no son comparables, sí lo son en otros aspectos, como en el alto índice de contagiosidad y en el temor y la incertidumbre que generan en la sociedad.
En el caso de la polio, los vecinos de diversas localidades se organizaban para la limpieza, se desinfectaba con lavandina el espacio público, eran tareas que comenzaron a realizar vecinos autoconvocados por el temor al contagio frente a la desesperación. Los municipios hacían lo mismo, aunque a ciencia cierta no existían certezas de que esas medidas fueran realmente preventivas.
Al igual que con la COVID-19, la incertidumbre en torno a la enfermedad, además de temor, provocaba acciones que no necesariamente eran probadas como efectivas.
Otra similitud es que aquella pandemia avanzaba y con ella el reclamo por una vacuna encendía las esperanzas. Los titulares de los matutinos anunciaban cada avance que realizaban los laboratorios.
El 12 de abril de 1955, Jonas Salk, un investigador y virólogo estadounidense, logró lo que el mundo estaba esperando, una vacuna efectiva contra la poliomielitis. La algarabía fue generalizada y Salk se convirtió en uno de los personajes más populares de la época. Hay que tener en cuenta que hasta que la vacuna se difundió y logró una cobertura masiva pasaron varios años.
Había que luchar por la rehabilitación de esos cuerpos, por extirpar esos estigmas y por cambiar el paradigma. Con esas metas surgieron los centros de rehabilitación.
Estos centros tuvieron como común denominador ser impulsados por médicos que habían realizados estudios en el extranjero, y conocían los beneficios de la nueva orientación. Se perseguía la excelencia mediante la formación de los recursos humanos en diferentes centros de referencia. Eran producto de la organización ciudadana con el aval de una entidad antigua y tradicional como lo era el Rotary Club, en cuyas instalaciones se llevaron adelante la mayoría de los momentos fundacionales de estas entidades.
Las personas con dificultades motoras podían encontrar tratamiento médico, kinesiológico y psicológico. También actividad física, educativa y formativa a través de distintos talleres. Ya no se trataba solamente de una rehabilitación física, sino laboral y social (de integración e independencia a pesar de sus impedimentos).
La respuesta ameritaría un libro entero. De acuerdo a las regiones esos cambios fueron más o menos dinámicos.
A lo largo de la historia, en líneas generales, las epidemias en tanto crisis han servido para mostrar las debilidades de los sistemas sanitarios. Han motorizado cambios urbanos necesarios para preservar la salud pública y fortalecido las campañas de vacunación.
Creo que sí, en tanto conciba a las enfermedades como no meramente un hecho biológico, sino que las interprete como fenómenos históricos complejos donde juegan un papel importante los cambios políticos, sociales, económicos y culturales.
Creo que las herramientas para el panorama actual están en analizar la experiencia de SARS 2003, a pesar de no haber llegado a estas zonas.
Con su acotada presencia el SARS logró provocar temor y desconcierto pues se fue como llegó: de repente. Aunque también hizo visible que los sistemas de salud, tanto como los protocolos de protección, debían ser revisados ya que el número mayor de contagios se dio entre el personal de salud.
No estoy segura. Pero lo cierto es que las epidemias en general han ayudado a tomar conciencia de las deficientes condiciones del medio urbano y sanitario.
En líneas generales, a nivel regional, me parece que la COVID-19 ha contribuido a tomar consciencia de la deficiente estructura hospitalaria pública.
Estas carencias ya eran conocidas, tras una larga agonía que comenzó en los años noventa. Pero creo que la COVID-19 colocó a esa vieja problemática en un lugar destacado de la agenda pública, política y social.
A nivel mundial, esta enfermedad también ha hecho visibles sistemas de salud colapsados en países centrales. Demostró no solo consecuencias del virus en sí, sino de los sucesivos recortes por los planes de austeridad, que terminaron por hacer colapsar a esos servicios durante la pandemia.
La seguridad sanitaria contribuye a la estabilidad económica y política de las naciones. Su ausencia no solo es peligrosa para la salud de los pueblos, sino incluso para los grandes intereses económicos, pues queda a la vista que la COVID-19 paralizó a la economía mundial.
Frente a esto queda claro que la inversión en salud pública (primaria, preventiva, etcétera) no es un gasto, por el contrario, es una inversión.
Las sociedades poseen una dinámica propia, la cual por diversos factores es heterogénea. Pero en líneas generales me parece que hoy (debido a este presente) se experimenta un proceso en el cual estamos aprendiendo a convivir con el virus.
Predomina el uso de barbijo, se intensifica la higiene, es decir se toman medidas preventivas pero el aislamiento va perdiendo lugar frente a otras medidas, como por ejemplo el distanciamiento.
OMS Clinical Infectious Diseases
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